Que el mundo se ha detenido es una verdad a medias, vivimos un proceso de aceleración dramática, la pandemia ha puesto en marcha la implementación de nuevos sistemas de control, sistemas que si bien hoy pueden ser útiles podrían desbocarse y aplastar nuestra privacidad e individualidad de aquí en adelante. Por otra parte lo que el contagio ha puesto en brutal evidencia es la desigualdad social: entre la cuarentena romántica llena de equipamiento, alimentada, ventilada o calefaccionada y en red; y el hacinamiento, la inestabilidad, la desconexión y la carencia de servicios básicos y trabajo. En esta diferencia también se centra la expectativa sobre el mundo al que volveremos.
En relación al universo de la cultura, me pregunto, con la misma incertidumbre, ¿cuáles serán los análisis que elaborarán los museos, cuáles serán sus roles como intérpretes de este presente crucial, cuáles serán sus siguientes narrativas y sus prácticas de difusión?
Los museos estaban en crisis antes de la pandemia, una crisis relativa a su honestidad histórica y presente, y seguirán estándolo si no se continúa con una introspección crítica de su función social. Intuyo que se trata del momento ideal para observar y reflexionar no tanto sobre la virtualidad de sus programas, sino más aún sobre la brecha en el acceso a las herramientas cognitivas y digitales que genera la desigualdad y la exclusión. Se trata de una política general más que de las particularidades de cada museo, temática y equipo de profesionales.
¿Cómo lidiar con la desigualdad? No hay manera de explicarla en el presente sin profundizar y cuestionar las interpretaciones de las historias, explotar las polémicas, las contradicciones y las fantasías. Esto no es posible sin trabajar sobre la complejidad y los conflictos de las representaciones y también de sus enormes ausencias. Por ejemplo, ¿cómo no hablar de las crisis habitacionales, que cumplen más de cien años, al hablar de villas aisladas por los contagios, sin asociarlo a estadistas modernizadores de fin del XIX con la negación de pueblos originarios, con la persecución ideológica de trabajadores? ¿Cómo hablar de experiencia estética y metáfora de la existencia a los millares de mujeres y hombres que no fueron incluidos históricamente y no se reconocen en los museos?¿Cómo planteamos la ecuación regreso-post-pandemia, crisis climática y sustentabilidad? ¿Qué oportunidades de aprendizaje frente a la diversidad aporta la inmigración?
No creo que se trate tanto de abrir museos con artilugios para el distanciamiento social, o si el arte contemporáneo puede interactuar con la historia, la biología o la arqueología; o la hiperpresencia y el entretenimiento en las redes. Se trata en mi opinión de la autocrítica en cuanto al papel funcional que los museos tienen con la cultura de la supremacía y heteronormativa blanca, con las oligarquías del conocimiento y la discriminación cultural. En este momento urgente en que minorías étnicas son desplazadas de la historia y de sus territorios, criminalizadas y reprimidas en sus demandas; en que los barrios precarios están siendo foco de contagio masivo; en que tanta duda, confusión y temor sobrevuela lo que se llamaba normalidad. Qué tienen para decir los museos cuando cobra más sentido la afirmación de que nunca fueron neutrales y, sobre todo hoy, no deberían serlo.