Esta es la definición de conservación preventiva que estableció el International Council of Museums en el 2008:
“Todas aquellas medidas y acciones que tengan como objetivo evitar o minimizar futuros deterioros o pérdidas. Se realizan sobre el contexto o el área circundante al bien, o más frecuentemente un grupo de bienes, sin tener en cuenta su edad o condición. Estas medidas y acciones son indirectas -no interfieren con los materiales y las estructuras de los bienes-. No modifican su apariencia”.
Se trata de una expresión amplia y bastante conocida, aunque, ¿se trata de una práctica común en los museos? Me refiero en particular a las exhibiciones, aunque se trate de un tema archiconocido no es común que los diseñadores, curadores y montajistas trabajen a la par de los conservadores y menos aún que atiendan a sus recomendaciones. Factores simples como la manipulación cuidadosa de obras de arte y otros objetos, los embalajes de guardado y sus materiales, la iluminación medida y regulada, la atmósfera controlada dentro de las vitrinas, la humedad relativa y la temperatura de los ambientes no serían una constante en las exhibiciones. Detalles mínimos como el lavado de manos y el uso de guantes, o trabajar sobre superficies estables, parecen obviedades que, créanme, no son habituales. Por ejemplo los montajes de textiles, tanto vestidos, tapices, ponchos o banderas muchas veces se encuentran en riesgo, piezas de materiales diversos con distintas necesidades de preservación se acumulan en vitrinas bajo tubos fluorescentes o con iluminación interior incandescente, cerramientos sin sellar que permiten polvo e insectos, revestimientos interiores como pinturas o entelados que no pasan el mínimo test de materiales seguros, ¿cuantas veces se encierran a los objetos dentro de vitrinas recién pintadas o con pegamentos nocivos, auténticas cámaras de gas, solo por el apuro de la inauguración? El deterioro no se percibe muchas veces a ojos vista, el ojo se acomoda al día a día y deja de percibir por ejemplo la desintegración del color, algo que se hace evidente por comparación tiempo después cuando ya es inevitable la pérdida. He visto en exhibición pinturas centenarias perder escamas por la limpieza abrasiva con una gamuza que diestramente frotan empleados de mantenimiento no entrenados, cartas y documentos amarillear expuestos a la luz y el calor, rayos de sol quemar puntillas y bordados, banderas deshilachadas por décadas de exposición a los UV, manchas de oxidación y tintas comidas. En fin, un sinfín de desastres que no soluciona la fotografía de estudio para colgar luego imágenes en la web en exhibiciones virtuales. ¿Estamos perdiendo materialidad para convertirla en pixeles? ¿Será este el futuro de las exhibiciones, asegurar que los objetos existieron y fueron testimonio demostrándolo con una imagen?
Los museos son respetados, aunque no se visiten, porque se sabe que allí residen los testimonios, la autenticidad de que tal o cual cosa existió, una historia, una persona o un suceso. Se dice que es verdad lo que allí se cuenta precisamente por la confianza ciega en la autenticidad de la evidencia. Aunque se trate muchísimas veces de una batalla perdida, resguardar las colecciones es misión del museo y cederles su lugar como narradores es lo que da sentido a su existencia.
In memoriam Carolyn Rose
Ilustración “Tatiana Zubov”, cuadro de Marie T. Geraldy, siglo XX