Un acontecimiento que compromete al pasado con el presente, una restitución obligada producto del paulatino destrabe burocrático que la «Cultura» y sus instituciones museo le deben a las comunidades originarias. Se trata de una acción cuya importancia debería resaltarse a nivel nacional, popular y privado, de manera de poner sobre la mesa la verdadera situación contemporánea de estos pueblos. Junto con la restitución debería ocurrir un blanqueo histórico con intención pedagógica para insertar la presencia y el debate masivo.
Cuerpos y trozos exhibidos y almacenados en museos arqueológicos y antropológicos con memorias desmembradas por la taxonomía científica, tratando a las culturas nativas como piezas, objetos exóticos cuyas descripciones se escriben con verbos en pasado.
La nación aún le debe a los pueblos originarios la posibilidad de contar su vida como participes y constructores de la cultura y de la historia.
Los Museos de Historia y Cultura Originaria podrían ser esas herramientas de conversación, debate y convivencia. La condición: impulsar la participación como narradores, curadores y museógrafos de sus propias historias y visiones del mundo a esos ciudadanos que cómo humildes jardineros todavía preservan distintas maneras de comprender la vida, que pueden perderse sin remedio —como ya lo hemos visto.
Pero claro, antes es importante devolver la dignidad ciudadana, la salud, la tierra, la tranquilidad, las herramientas para aprender a lidiar dentro de una sociedad brutal que arrasa con su velocidad y polémicas utopías de progreso material.