La falta de recursos es una frontera que puede darnos alas.
Diseñar se trata de pensar en función de una pasión que nos inspira. Luego imaginar lo factible, en cómo podría ser con lo que tenemos para después hacerlo viable, implementarlo es el logro. La materialización es un éxito grupal.
Pienso en este aspecto de la realidad cubana que tal vez se ha diluido en cuestiones más abstractas, es decir en debates acerca de la razón de uno o de otro. Pero es en la vida cotidiana en donde encontramos a las personas, desde que despiertan y enfrentan la necesidad de resolver sus problemas diarios con lo que tienen o con lo que escasamente pueden conseguir.
Me veo a mi mismo, en el Sur, apilando grabadores rotos, bombas de agua de lavarropas, cables y engranajes pensándolos como piezas valiosas de algún artilugio promisorio que vendría a ser un objeto único entre el arte y el diseño, algo útil nuevamente o que al menos se moviera sólo como si el espíritu del siglo lo empujara.
No dejo de asociarlo a la necesidad de muchos museos, esos lugares cuarteados y que incluso ya apenas respiran. También pienso en cuanto subestimamos el autoaprendizaje de las personas desde el pedestal de las instituciones.