¿Cuál es tu medida del paso del tiempo?
Para algunas personas son los espejos, para otras los cumpleaños, los nacimientos o las muertes. ¿Pero cuáles son las marcas del cambio cuando se refieren al paisaje urbano, al patrimonio común que es herencia, pertenencia y signo de identidad colectivo?
Cuando pienso en ello me detengo en los barrios con sus esquinas, fachadas, plazas, pienso en los lugares de encuentro que conocí y que de pronto con o sin aviso previo ya no están, aquellos que significaron espacios relacionales por elección, puntos de confluencia y afinidades, de cuestionamientos independientes, de embriaguez emocional, de rebeldía after hour. Esos lugares a los que uno volvía a veces, cada tanto en cada viaje, que fueron referencia para la citas, que daban el contexto espacio temporal con el valor testimonial de que las cosas sí ocurrieron, de que alguna vez estuvimos allí y de alguna manera seguimos estando. Valores todos que resultan amables para la memoria de todo aquello que nos hace sentir parte de una comunidad de referencia.
Con los años sumé a una lista esos lugares, bares y restaurantes, que extraño porque fueron vaciados y remodelados con el falso reflejo de la simulación o fueron simplemente demolidos. El restaurante Taku de Ciudad Jardín donde leíamos con timidez las primeras poesías en los 70, con su cancha de bochas, sus paredes ilustradas con la épica fundacional y borradas hoy en lo que es un despacho de comida rápida; el Viejo Munich de Bariloche donde nos encontrábamos esa oleada de migrantes de los 80, restaurante y salita de conciertos, fue luego casa de revelado de fotos y hoy una prosaica casa de cambio con un tibio resabio de su fachada original.
Anoche en Armenia y Santa Fe me encontré con el solar vacío donde estaba Herrmann, ese restaurante alemán que se sostenía desde los años cuarenta enfrente del Botánico y que desapareció hasta sus cimientos. Herrmann, frecuentado por artistas e intelectuales, había sido declarado de interés cultural pero no tenía ninguna ordenanza de protección, ni siquiera la más liviana que podría haber sido conservar su fachada. Para esa esquina anuncian una nueva torre que se sumará al slogan de nuevos espacios verdes, con sus alfombras de césped y flores plásticas, a la promoción de más lugar para el automóvil, para el reciclado del consumo de gaseosas, todo con eco bolsas.
Las ciudades y los pueblos son como textos en los que puede leerse el modo de existencia del hombre, el producto de la cultura en que lo artificial adquiere su carta de naturaleza al lado de la naturaleza. Borrar los rasgos, marcas y cicatrices de la ciudad es como deshojar un libro, el resultado puede ser la incomunicación generacional, la pérdida de la historia en común y el aplastamiento por lo hegemónico.